La reciente moción aprobada por el Parlamento iraní para cerrar el Estrecho de Ormuz ha encendido las alarmas a nivel global. Esta estratégica vía marítima es esencial para el comercio energético, ya que por ella transita cerca del 20 % del petróleo y el 30 % del gas natural que consume el mundo
El posible cierre del Estrecho de Ormuz no solo representa una muestra de fuerza política por parte de Teherán, sino también desequilibrio energético mundial. En términos geoestratégicos, el Estrecho de Ormuz ha sido durante décadas un punto neurálgico, vigilado de cerca por las principales potencias del planeta. Su interrupción, aunque sea temporal, tendría un efecto dominó sobre múltiples sectores económicos, especialmente en países altamente dependientes de los hidrocarburos del Golfo.
Ubicado entre el Golfo Pérsico y el Golfo de Omán, el Estrecho de Ormuz mide apenas 55 kilómetros en su parte más estrecha, pero su importancia supera con creces su tamaño. A diario, unos 13 buques cisterna cruzan esta arteria transportando más de 15 millones de barriles de petróleo. Arabia Saudita, Kuwait, Irak, Emiratos Árabes Unidos, Qatar e Irán dependen de este corredor para exportar su producción energética. En este contexto, una acción unilateral como la planteada por Irán podría significar una alteración sin precedentes del equilibrio comercial y diplomático global.
Las consecuencias económicas de un cierre serían inmediatas. Analistas advierten que el precio del barril de petróleo podría superar fácilmente los 150 dólares, provocando aumentos en los costos de la gasolina, el diésel y el gas doméstico. Esto, a su vez, generaría un repunte inflacionario global, afectando desde la industria hasta el bolsillo del consumidor promedio. Europa se perfila como una de las regiones más afectadas, dada su alta dependencia energética del Golfo.
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El impacto, sin embargo, no se limitaría al petróleo. El transporte marítimo de gas natural y otros productos también se vería gravemente alterado. Cadenas logísticas internacionales enfrentarían interrupciones y escasez de suministros, lo que afectaría tanto a la industria manufacturera como al comercio minorista. Esta disrupción logística podría traducirse en semanas de volatilidad en los mercados financieros internacionales, con caídas en bolsas y alzas en activos refugio como el oro.

El escenario también plantea un posible conflicto internacional. Estados Unidos y sus aliados ya han sugerido que no permitirán un bloqueo prolongado. El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, hizo un llamado a China para entablar un diálogo con Irán, advirtiendo que la economía del gigante asiático depende en gran medida de los hidrocarburos que cruzan este estrecho. “Si lo cierran, será una afectación económica para ellos”, declaró a Fox News, dejando entrever que la comunidad internacional podría intervenir si la situación escala.
El vicepresidente de EE. UU., JD Vance, fue aún más tajante: “Toda la economía de Irán pasa por el Estrecho de Ormuz. Si deciden cerrarlo, estarían destruyendo su propia economía”. Estas declaraciones reflejan la tensión creciente y la incertidumbre que se respira en las esferas diplomáticas. No se trata únicamente de un conflicto bilateral entre Irán y Estados Unidos, sino de un riesgo que podría arrastrar a potencias regionales e internacionales a un enfrentamiento directo.
En conclusión, el posible cierre del Estrecho de Ormuz marca un punto crítico en las relaciones internacionales y en la estabilidad del mercado energético global. La economía mundial, aún en proceso de recuperación tras diversas crisis recientes, enfrenta ahora un riesgo sistémico que podría desencadenar un nuevo periodo de turbulencia. Las próximas decisiones del Consejo Nacional de Seguridad iraní serán determinantes para definir el rumbo de esta crisis geopolítica. Mientras tanto, gobiernos, inversores y ciudadanos observan con preocupación un escenario que podría cambiar el tablero económico mundial.