Su herencia ha despertado interés internacional, aunque la presidenta electa subraya su identidad desde lo científico y cultural
La elección de Claudia Sheinbaum como presidenta de México no solo marca un hito por tratarse de la primera mujer en ocupar el cargo, sino también por ser la primera mandataria con ascendencia judía en una nación mayoritariamente católica. Aunque ella misma ha aclarado que no practica ninguna religión, reconoce sus raíces judías desde una perspectiva cultural y familiar. Esta doble condición —como mujer y descendiente de inmigrantes judíos— convierte su triunfo en un referente para América Latina.
“Crecí sin religión. Así me criaron mis padres”, expresó Sheinbaum en 2018, durante un evento organizado por una comunidad judía en la Ciudad de México. La presidenta electa enfatizó que, si bien no se considera religiosa, la cultura forma parte de su identidad. Su historia familiar está marcada por la migración: sus abuelos maternos llegaron desde Bulgaria antes del Holocausto, y los paternos, desde Lituania en la década de 1920. Ambas familias escapaban del antisemitismo y encontraron en México un nuevo comienzo.
Durante la campaña presidencial, el tema de su origen religioso pasó casi desapercibido. Incluso en medios judíos mexicanos, el foco estuvo en su llegada histórica a la presidencia, más que en su ascendencia. La académica Tessy Schlosser, directora del Centro de Documentación e Investigación Judía Mexicana, señaló que los votantes judíos en México parecen valorar más su postura política que su identidad cultural. Aun así, considera que el simbolismo de su elección no es menor.
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Para Ilan Stavans, autor y profesor de la Universidad de Amherst, la presidencia de Sheinbaum es un punto de inflexión para los judíos latinoamericanos. A su juicio, ella encarna una nueva narrativa: la de la inclusión sin necesidad de destacar una afiliación religiosa explícita. En sus palabras, Sheinbaum no representa al judaísmo en lo litúrgico, pero sí es “parte de la tradición judía mexicana” por historia y linaje, sobre todo por el legado de una comunidad que ha echado raíces desde el siglo XVI.

La comunidad judía mexicana, que se estima en unas 50,000 personas, ha jugado un papel relevante en la vida social y económica del país. La mayoría se encuentra en la capital, aunque también hay comunidades activas en ciudades como Guadalajara, Monterrey, Cancún y Tijuana. Conformada por judíos sefardíes y asquenazíes, esta diversidad también se refleja en cómo asumen su identidad: para muchos, ser judío es tanto una herencia como una cultura, no necesariamente una religión.
Durante su vida pública, Claudia Sheinbaum ha privilegiado su formación científica y su activismo ambiental. Antes de ingresar a la política, fue física y especialista en cambio climático, hija de un ingeniero químico y una bióloga celular. Esta orientación científica ha moldeado su forma de pensar, y también su visión de justicia social. Desde su perspectiva, la ética no proviene de lo religioso, sino de principios universales y de una comprensión empírica del mundo.
Su postura en torno al conflicto entre Israel y Palestina también ha llamado la atención. Desde el inicio de la guerra en Gaza, Sheinbaum condenó los ataques a civiles y expresó su respaldo a una solución de dos Estados. Estas declaraciones no son nuevas; en 2009, cuando aún no era figura nacional, firmó una carta publicada en La Jornada criticando los bombardeos sobre la Franja de Gaza. Aunque esto le ha valido críticas, también refuerza su imagen como una política con convicciones claras.